Recuerdos de verano

Tengo nostalgia de esas vacaciones que comenzaban a fines de Diciembre y terminaban la última semana de Febrero, cuando tu única preocupación, si es que te acordabas, era el regreso a clases en Marzo. No existían celulares, por lo que la desconexión era total.

En una oportunidad, ya a fin de temporada en Papudo, día de semana, hora de almuerzo en la playa, compartiendo en un grupo con amigos, veo aparecer a mi papá. Claramente venía llegando de Santiago por la vestimenta y la expresión algo tensa de su rostro. Luego de saludarme me pregunta por mi mamá. Eso no era fácil de responder, porque ella recorría todos los quitasoles de la playa conversando con diferentes personas, pero como lo noto más bien molesto, llamo a la Pilar, amiga de siempre, que estaba pasando unos días con nosotros y le pido que busquemos a la Lucy. Mientras tanto Edmundo me dice que nos espera arriba en el auto y que tiene el tiempo justo para regresar a Santiago.

Decidimos separarnos para ampliar el rango de búsqueda, y luego de recorrer la playa en distintas direcciones. De pronto siento a la Pilar que me llama, y me hace seña a dos brazos, cuan policía de tránsito: “encontré a la tía” me grita. Corro en su dirección, y ahí estaba ella; conversando con amigas alrededor de un quitasol, relajada y disfrutando feliz del entorno, la playa, el día, el sol. Era ella…mi mamá; que ni se imaginaba que estaba saboreando los últimos minutos de playa de la temporada.

Nosotras bastante alteradas, nos tropezamos para contarle la situación. Entonces la Lucy, sin inmutarse, nos dice: “primero que nada se tranquilizan las dos, vayan a recoger sus cosas y suban al auto, yo ya voy”.

Con la rapidez de un rayo corrimos a hacer lo que nos pidió y nos unimos a mi papá que estaba sentado en la terraza, al lado del auto, no muy contento. Furia diría yo, vestido de ciudad, y en “modo trabajo”, esperando que subiéramos.

Finalmente se nos une mi mamá, haciendo caso omiso al ambiente denso que nos rodeaba, y para rematarla lo saluda con un “hola, ¿mucho calor?…..” Me retorcí cuan ostra con limón.

Los ojos azules de don Edmundo echaban chispas a estas alturas, siempre fue un poco ligero de genio, pero éste saludo light… lo superó.

“No es posible Lucía, que te venga a buscar y tú no tengas ni una maleta lista para regresar a Santiago, sabiendo que solo dispongo de la hora de almuerzo para volver, y para colmo te encuentro en la playa”.

Mi mamá entonces, con la tranquilidad que solo te da el aire marino, le dice: “¿cuándo quedamos que nos vendrías a buscar?”
“El 27 de Febrero Lucía, te lo repetí varias veces”, le dice.
A lo que ella le responde: “Y a ¿cómo estamos hoy?”…
Mi papá se calla, piensa y se ríe como un niño que ha sido descubierto haciendo algo mal. “Hoy es 26; ¡ups!, me adelanté un día parece”.
Entonces, dice la Lucy, con aire de triunfo: “Ud. señor, me relaja el nervio, vamos a la casa y nosotras, en un dos por tres empacamos todo.

La Pilar y yo a estas alturas estábamos hechas un nudo ciego en el asiento trasero del auto. De solo imaginar cuanto nos íbamos a demorar en guardar todo y despejar la casa nos daba ataque.

Al llegar, mientras mi papá fingía leer el diario, mi mamá nos llama a la pieza y nos dice: “yo les voy a enseñar a embalar rápido y seguro, para que no se les quede nada. Lo que deben hacer lo siguiente. Ante la mirada impresionada de nosotras dos, saca la sábana de una cama, la extiende a modo de mantel y al centro vacía la ropa del clóset, (sin distinguir) zapatos, ropa interior, jeans, toallas y… procede a cerrar con las cuatro puntas, haciendo un “atado”; nos mira y satisfecha nos dice ¡despejada una pieza!…tranquilas, todo se lava y ordena al llegar a Santiago”.

Con este sistema, antes de veinte minutos, habíamos dejado la casa impecable y raudos nos dirigíamos a Santiago. Afortunadamente la tensión se había disipado y el mal entendido superado, pero sólo duró, hasta que a mi papá lo detuvieron los carabineros, por exceso de velocidad, según él, sólo por control.

Más que control, es entre chequeo y pasar lista lo que te hacen:
“Licencia, revisión de gases, seguro, triángulos, extintor…”
Todas las pruebas superadas, hasta el “maldito extintor”.

Se baja don Edmundo, con un calor de selva, abre la maleta del auto y comienza a buscar el extintor, y es en ese momento cuando cede uno de los nudos que cerraban los “mágicos bultos de mi mamá” y caen al pavimento los sostenes, bikinis y al parecer toda la ropa interior, ante la mirada atónita de mi padre. El carabinero desconcertado y nervioso, no sabía si lo correcto era ayudar a recoger estas prendas, las que se esparcían rápidamente con el viento que levantaban los vehículos al pasar, o bien quedar tildado de desconsiderado y pretender que nada de esto había sucedido.

Optó por lo primero, y con gran rapidez, ayudó a recoger hasta el último sostén desperdigado por la carretera, olvidándose del extintor y del exceso de velocidad. Sin mirar hacia adentro del auto y colorado por el bochorno sufrido, le devolvió los documentos a mi padre y le deseo un buen viaje.

Imposible no recordar ese episodio, sin duda, el broche de oro de unas maravillosas vacaciones.

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